Roma, 19 de mayo (Télam).- El Papa
Francisco llamó nuevamente hoy a la Iglesia Católica a la unidad y la armonía,
durante la celebración de la misa de Domingo de Pentecostés en la Plaza de San Pedro en Roma.
El pontífice argentino
advirtió que la actitud de encerrarse en posiciones de parcialidad conduce a la
división y el conflicto, consigna la
agencia DPA.
El espíritu de la unidad
significa vivir "en la
Iglesia y con la
Iglesia ", dijo Jorge Mario Bergoglio ante unos 200.000 peregrinos
y miembros de movimientos religiosos de laicos.
El Papa, que vestía un atuendo
litúrgico rojo, señaló que "lo nuevo siempre causa un poco de miedo, razón
por la cual la gente muchas veces sólo sigue a dios hasta cierto punto",
porque uno quiere mantener todo bajo el control de sí mismo.
“Sin embargo, el hombre no
debe encerrarse en una actitud miedosa, sino abrirse a las "sorpresas de
dios", acotó el jefe de la Iglesia Católica.
Francisco ratificó su
llamamiento a los católicos para que "abran las puertas y salgan afuera
para transmitir la alegría de la fe y el encuentro con Cristo".
Ya en la noche del sábado,
Francisco había celebrado una gran fiesta de la fe en la Plaza de San Pedro durante
la cual pronunció un largo discurso, en gran parte improvisado, pidiendo coraje
y paciencia para difundir la fe y abogando por una "cultura del encuentro".
TEXTO COMPLETO DELA HOMILÍA DEL SANTO
PADRE
TEXTO COMPLETO DE
Queridos hermanos y hermanas:
En este día, contemplamos y revivimos en la liturgia la efusión del Espíritu
Santo que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia , un acontecimiento de gracia que ha
desbordado el cenáculo de Jerusalén para difundirse por todo el mundo.
Pero, ¿qué sucedió en aquel
día tan lejano a nosotros, y sin embargo, tan cercano, que llega adentro de
nuestro corazón? San Lucas nos da la respuesta en el texto de los Hechos de los
Apóstoles que hemos escuchado (2,1-11). El evangelista nos lleva hasta
Jerusalén, al piso superior de la casa donde están reunidos los
Apóstoles.
El primer elemento que nos
llama la atención es el estruendo que de repente vino del cielo, “como de
viento que sopla fuertemente”, y llenó toda la casa; luego, las “lenguas como
llamaradas”, que se dividían y se posaban encima de cada uno de los Apóstoles.
Estruendo y lenguas de fuego son signos claros y concretos que tocan a los
Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su mente y en
su corazón. Como consecuencia, “se llenaron todos de Espíritu Santo”, que
desencadenó su fuerza irresistible, con resultados llamativos: “Empezaron a
hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía manifestarse”.
Asistimos, entonces, a una situación totalmente sorprendente: una multitud se
congrega y queda admirada porque cada uno oye hablar a los Apóstoles en su
propia lengua. Todos experimentan algo nuevo, que nunca había sucedido: “Los
oímos hablar en nuestra lengua nativa”.
¿Y de qué hablaban?
“De las grandezas de
Dios”.
A la luz de este texto de los
Hechos de los Apóstoles, deseo reflexionar sobre tres palabras relacionadas con
la acción del Espíritu: novedad, armonía, misión.
1. La novedad nos da siempre
un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control,
si somos nosotros los que construimos, programamos, planificamos nuestra vida,
según nuestros esquemas, seguridades, gustos. Y esto nos sucede también con
Dios. Con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos
resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el Espíritu
Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones; tenemos miedo a que
Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de nuestros horizontes con
frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para abrirnos a los suyos.
Pero, en toda la historia de
la salvación, cuando Dios se revela, aparece su novedad, trasforma y pide
confianza total en Él: Noé, del que todos se ríen, construye un arca y se
salva; Abrahán abandona su tierra, aferrado únicamente a una promesa; Moisés se
enfrenta al poder del faraón y conduce al pueblo a la libertad; los Apóstoles,
de temerosos y encerrados en el cenáculo, salen con valentía para anunciar el
Evangelio. No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir
del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La novedad que
Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos realiza, lo que nos da la
verdadera alegría, la verdadera serenidad, porque Dios nos ama y siempre quiere
nuestro bien.
Preguntémonos: ¿Estamos
abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con miedo, a la novedad
del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer los caminos nuevos que la
novedad de Dios nos presenta o nos atrincheramos en estructuras caducas, que
han perdido la capacidad de respuesta?
2. Una segunda idea: el
Espíritu Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce
diversidad de carismas, de dones; sin embargo, bajo su acción, todo esto es una
gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu de unidad, que no
significa uniformidad, sino reconducir todo a la armonía. En la Iglesia , la armonía la
hace el Espíritu Santo. Un Padre de la Iglesia tiene una expresión que me gusta mucho:
el Espíritu Santo “ipse harmonia est”.
Sólo Él puede suscitar la
diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la
unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y
nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos,
provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos construir la
unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la
homologación.
Si, por el contrario, nos
dejamos guiar por el Espíritu, la riqueza, la variedad, la diversidad nunca
provocan conflicto, porque Él nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de
la Iglesia. Caminar
juntos en la Iglesia ,
guiados por los Pastores, que tienen un especial carisma y ministerio, es signo
de la acción del Espíritu Santo; la eclesialidad es una característica
fundamental para los cristianos, para cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a
Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos.
Cuando nos aventuramos a ir
más allá (proagon) de la doctrina y de la Comunidad eclesial, y no permanecemos en ellas,
no estamos unidos al Dios de Jesucristo (cf. 2Jn 9). Así, pues, preguntémonos: ¿Estoy
abierto a la armonía del Espíritu Santo, superando todo exclusivismo? ¿Me dejo
guiar por Él viviendo en la
Iglesia y con la
Iglesia ?
3. El último punto. Los
teólogos antiguos decían: el alma es una especie de barca de vela; el Espíritu
Santo es el viento que sopla la vela para hacerla avanzar; la fuerza y el
ímpetu del viento son los dones del Espíritu. Sin su fuerza, sin su gracia, no
iríamos adelante. El Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios vivo,
y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una Iglesia
autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las puertas para
salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del Evangelio, para
comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo. El Espíritu Santo es el
alma de la misión.
Lo que sucedió en Jerusalén
hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que llega hasta nosotros,
que cada uno de nosotros podemos experimentar. El Pentecostés del cenáculo de
Jerusalén es el inicio, un inicio que se prolonga. El Espíritu Santo es el don
por excelencia de Cristo resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue
a todos. Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio, dice: “Yo le pediré al
Padre que os dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros” (Jn
14,16).
Es el Espíritu Paráclito, el
“Consolador”, que da el valor para recorrer los caminos del mundo llevando el
Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra el horizonte y nos impulsa a las
periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo. Preguntémonos si
tenemos la tendencia a cerrarnos en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si
dejamos que el Espíritu Santo nos conduzca a la misión.
La liturgia de hoy es una gran
oración, que la Iglesia
con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que
cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia , se dirija al
Padre para pedirle este don. También hoy, como en su nacimiento, junto con
María, la Iglesia
invoca: “Veni Sancte Spiritus! – Ven, Espíritu Santo, llena el corazón de tus
fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”.
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