"¿Señor, a quién iremos?.
Tú tienes palabras de vida eterna." Jn 6, 68
Domingo 19 de mayo de 2013: Solemnidad
de Pentecostés
Santo del día: San
Ivo
Evangelio según San
Juan 14,15-16.23b-26.
Si ustedes me aman, guardarán
mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá
siempre con ustedes, Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis
palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra
morada en él.
El que no me ama no guarda mis
palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha
enviado.
Les he dicho todo esto
mientras estaba con ustedes.
En adelante el Espíritu Santo,
el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las
cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.
Extraído de la Biblia Latinoamericana.
Juan Taulero (c 1300-1361),
dominico en Estrasburgo.
Sermón 26, 2º para Pentecostés.
“Se llenaron todos del
Espíritu Santo y comenzaron a hablar maravillas de Dios” (Hch. 2,4.11).
He aquí el bello aniversario
del día en que el Espíritu Santo fue enviado a los santos discípulos y a todos
aquellos que estaban reunidos con ellos, del día en el que se nos dio el bello
tesoro que los engaños del Enemigo y la imperfección humana nos habían hecho
perder en el Paraíso terrestre...
Y esto llegó de una manera
increíblemente externa; en cuanto al misterio escondido y oculto sobre estas
maravillas, no existía razón alguna, ningún pensamiento, ninguna criatura sabía
sobre ello, ni lo concebía, ni sabía cómo nombrarlo. El Espíritu Santo es una
inmensidad de inconmensurable grandeza y tan dulce como todas las grandezas e
inmensidades que la razón misma pueda concebir... nada al lado de esta.
Comparado con ella, el cielo, la tierra, y todo aquello que podamos comprender
no es nada... He ahí por qué el Espíritu Santo debe, él mismo, preparar el
lugar donde debe ser recibido, trabajar él mismo para hacer que el hombre sea
capaz de recibirlo...; es el abismo inexplicable de Dios que debe ser él
mismo... su lugar y su capacidad de recepción.
“La casa se llenó por
completo” (Hch. 2,2)... Esta casa simboliza, para empezar, la santa Iglesia,
que es la obra de Dios, pero también simboliza a cada hombre habitado por el
Espíritu Santo. Una casa tiene muchas estancias, habitaciones, y en el hombre
existen muchas facultades, sentidos y energías diferentes: el Espíritu Santo
las visita todas, de una manera especial. Desde que llega, presiona, excita al
hombre, despierta en él ciertas inclinaciones, trabaja con él y lo aclara. Esta
visita y estas acciones interiores no son sentidas de la misma manera por todos
los hombres. El Espíritu Santo está en todas las personas valientes, pero el
que quiera tener conciencia de su acción, sentir y disfrutar de su presencia
debe recogerse en sí mismo... en la calma y el silencio... Cuanto más se
entregue a su propio recogimiento, más conciencia tendrá de esta manifestación
interior y siempre creciente del Espíritu Santo, que siempre se da desde el
principio.
Nota del editor
De tiempos muy lejanos recordamos
una invocación que no se ha borrado con el transcurrir de los años:
“Ven Espíritu Santo, llena los
corazones de tus files y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor,
tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra”.
En un día como éste, domingo
(19), festividad de Pentecostés, recordamos cuando0, allá por fines de los años
’40 y principios de los ’50, concurríamos, como monaguillos de la parroquia
Santa Teresita del Niño Jesús, por entonces enclavada en la capilla del ahora
centenario Colegio La
Inmaculada , al oficio de la Misa de Pentecostés, por el entonces segundo
obispo de Bahía Blanca, monseñor Germiniano Esorto, quien se convertiría, poco después, en el primer
arzobispo de la nueva arquidiócesis.
La celebración eucarística era
a las 11, en la Iglesia
Catedral ; y hacia allí íbamos, revestidos con el ropaje
tradicional de entonces, acompañados por las mujeres de la parroquia,
encabezadas por doña Rosa María Da Pozzo de Torquatti.
Vaya entonces, con esta
humilde evocación, el recuerdo y el reconocimiento hacia quienes, siendo niños nosotros,
nos enseñaron la fe y compartieron aquellos días.
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