domingo, 19 de mayo de 2013

EVANGELIO DEL DOMINGO, EN LA FESTIVIDAD DE PENTECOSTÉS


"¿Señor, a quién iremos?. Tú tienes palabras de vida eterna." Jn 6, 68

Domingo 19 de mayo de 2013: Solemnidad de Pentecostés
Santo del día: San Ivo 

Evangelio según San Juan 14,15-16.23b-26.

Si ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y les dará otro Protector que permanecerá siempre con ustedes, Jesús le respondió: «Si alguien me ama, guardará mis palabras, y mi Padre lo amará. Entonces vendremos a él para poner nuestra morada en él.
El que no me ama no guarda mis palabras; pero el mensaje que escuchan no es mío, sino del Padre que me ha enviado.
Les he dicho todo esto mientras estaba con ustedes.
En adelante el Espíritu Santo, el Intérprete que el Padre les va a enviar en mi Nombre, les enseñará todas las cosas y les recordará todo lo que yo les he dicho.

Extraído de la Biblia Latinoamericana. 

Juan Taulero (c 1300-1361), dominico en Estrasburgo. 
Sermón 26, 2º para Pentecostés. 

“Se llenaron todos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar maravillas de Dios” (Hch. 2,4.11).

He aquí el bello aniversario del día en que el Espíritu Santo fue enviado a los santos discípulos y a todos aquellos que estaban reunidos con ellos, del día en el que se nos dio el bello tesoro que los engaños del Enemigo y la imperfección humana nos habían hecho perder en el Paraíso terrestre...

Y esto llegó de una manera increíblemente externa; en cuanto al misterio escondido y oculto sobre estas maravillas, no existía razón alguna, ningún pensamiento, ninguna criatura sabía sobre ello, ni lo concebía, ni sabía cómo nombrarlo. El Espíritu Santo es una inmensidad de inconmensurable grandeza y tan dulce como todas las grandezas e inmensidades que la razón misma pueda concebir... nada al lado de esta. Comparado con ella, el cielo, la tierra, y todo aquello que podamos comprender no es nada... He ahí por qué el Espíritu Santo debe, él mismo, preparar el lugar donde debe ser recibido, trabajar él mismo para hacer que el hombre sea capaz de recibirlo...; es el abismo inexplicable de Dios que debe ser él mismo... su lugar y su capacidad de recepción.

“La casa se llenó por completo” (Hch. 2,2)... Esta casa simboliza, para empezar, la santa Iglesia, que es la obra de Dios, pero también simboliza a cada hombre habitado por el Espíritu Santo. Una casa tiene muchas estancias, habitaciones, y en el hombre existen muchas facultades, sentidos y energías diferentes: el Espíritu Santo las visita todas, de una manera especial. Desde que llega, presiona, excita al hombre, despierta en él ciertas inclinaciones, trabaja con él y lo aclara. Esta visita y estas acciones interiores no son sentidas de la misma manera por todos los hombres. El Espíritu Santo está en todas las personas valientes, pero el que quiera tener conciencia de su acción, sentir y disfrutar de su presencia debe recogerse en sí mismo... en la calma y el silencio... Cuanto más se entregue a su propio recogimiento, más conciencia tendrá de esta manifestación interior y siempre creciente del Espíritu Santo, que siempre se da desde el principio.


Nota del editor

De tiempos muy lejanos recordamos una invocación que no se ha borrado con el transcurrir de los años:
“Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus files y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía, Señor, tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra”.
En un día como éste, domingo (19), festividad de Pentecostés, recordamos cuando0, allá por fines de los años ’40 y principios de los ’50, concurríamos, como monaguillos de la parroquia Santa Teresita del Niño Jesús, por entonces enclavada en la capilla del ahora centenario Colegio La Inmaculada, al oficio de la Misa de Pentecostés, por el entonces segundo obispo de Bahía Blanca, monseñor Germiniano Esorto, quien  se convertiría, poco después, en el primer arzobispo de la nueva arquidiócesis.
La celebración eucarística era a las 11, en la Iglesia Catedral; y hacia allí íbamos, revestidos con el ropaje tradicional de entonces, acompañados por las mujeres de la parroquia, encabezadas por doña Rosa María Da Pozzo de Torquatti.
Vaya entonces, con esta humilde evocación, el recuerdo y el reconocimiento hacia quienes, siendo niños nosotros, nos enseñaron la fe y compartieron aquellos días.    

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