El Sumo Pontífice Francisco,
pronunció, este miércoles (24), su homilía, en la Santa Misa , en la Basílica del Santuario de Aparecida. Esto dijo el
Santo Padre:
“Venerados hermanos en el
episcopado y en el sacerdocio,
Queridos hermanos y hermanas:
¡Qué alegría venir a la casa
de la Madre de
todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente
de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor , en Roma, con el fin
de encomendar a la Virgen
mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a
María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud , y poner a sus
pies la vida del pueblo latinoamericano.
Quisiera ante todo decirles
una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V
Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha
ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los
obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado
y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados
por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen : aquella Conferencia
ha sido un gran momento de Iglesia.
Y, en efecto, puede decirse
que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el
trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección
materna de María. La Iglesia ,
cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos
a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión
siguiendo siempre la estela de María.
Hoy, en vista de la Jornada Mundial de
la Juventud
que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de
María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros,
Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros
jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más
justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas
actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con
alegría.
1. Mantener la esperanza.
La Segunda Lectura
de la Misa presenta
una escena dramática: una mujer —figura de María y de la Iglesia — es perseguida por
un dragón —el diablo— que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de
muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño
(cf. Ap12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno,
en nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan,
Dios nunca deja que nos hundamos.
Ante el desaliento que podría
haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se
esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera
decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a
su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la
apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia,
pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza.
Cierto que hoy en día, todos
un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que
se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el
poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una
sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos
ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces
de esperanza.
Tengamos una visión positiva de la realidad.
Demos aliento a la generosidad que
caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción
de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la
sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas.
Necesitan sobre todo que se
les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un
pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que
es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad,
perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más
profundas en la fe cristiana.
2. La segunda
actitud: dejarse sorprender por Dios. Quien es hombre, mujer de esperanza
—la gran esperanza que nos da la fe— sabe que Dios actúa y nos sorprende
también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario es un
ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las
aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra
Señora de la Concepción.
¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se
convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la
misma Madre?.
Dios nunca deja de sorprender,
como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo
mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que
acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la
alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si
permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es
pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él.
3. La tercera
actitud: vivir con alegría. Queridos amigos, si caminamos en la esperanza,
dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en
nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría.
El
cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que
intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther
en la Primera Lectura
(cf. Est 5,3).
Jesús nos ha mostrado que el
rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido
vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien
parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y
sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que
contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI:
«El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no
hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo
2007: Insegnamenti III/1 [2007], p. 861).
Queridos amigos, hemos venido
a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho
entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les
diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús
nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y
llenos de alegría. Que así sea”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario